Saturday, November 11, 2017

El padre Ubald, con el don de sanación, cura cuerpos y almas: «El secreto de la paz es el perdón»


A su padre lo mataron cuando él tenía 7 años, y su madre murió durante el genocidio que devastó Ruanda en 1994. “Vi cómo hermanos en la fe mataban a otros hermanos en la fe en mi propia parroquia. Hasta mis parroquianos me querían matar a mí”. Desde entonces, Ubald Rugirangoga predica en su país la liberación del perdón, organizando retiros con víctimas, y también con los perpetradores de la masacre que se llevó 45.000 vidas en tres días.

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo cuenta el Alfa y Omega la historia de este sacerdote que en 1991 recibió el don de intercesión por la sanación de los enfermos, con numerosas curaciones físicas y espirituales.

- Usted afirma haber recibido en 1991 el don de sanación. ¿Qué es exactamente?
- Empecé a rezar por los enfermos en 1987, a raíz de una epidemia de disentería que hubo en mi parroquia y que provocó muchos muertos. Yo tenía miedo de contagiarme y de enfermar cuando rezaba por ellos, pero pensé con mucha fuerza: “¡Tenemos que rezar!”, y al cabo de un mes de orar todos juntos en mi parroquia la enfermedad desapareció. ¿Fueron las medicinas? ¿Fue la oración? Yo solo sé que ahí nació dentro de mí el interés en rezar por los enfermos. Formé un grupo de nueve personas que empezamos a rezar cada jueves por los enfermos, con mucha fe y convicción.

En 1991 vino un nuevo don: en la acción de gracias después de una Eucaristía vi venir hacia mí la imagen de un pie izquierdo con heridas. Luego, una mano derecha, junto a una voz que me decía que alguien sufría del codo. Luego, la imagen de un trasero de alguien lleno de heridas. Y luego el vientre de una mujer embarazada, y la voz diciéndome que una mujer tenía miedo al embarazo. Por último, la voz me dijo que había alguien allí que pensaba que daba igual rezar o no rezar. Todas esas imágenes y voces vinieron a mí.

- ¿Qué significaba todo eso?
- Entonces pregunté si alguien allí sufría del pie izquierdo, y un hombre dijo: “Yo”, y le pedí: “Prueba a andar”, y entonces se levantó y dijo: “¡Ya no me duele!”. Después pregunté si alguien padecía de su codo derecho, y un hombre se levantó y dijo que se había curado de repente. Después pregunté si alguien tenía heridas en su trasero y una mujer se levantó del suelo, porque no podía sentarse, y al cabo de tres días las heridas habían desaparecido; ella no se lo creía. Luego pregunté si alguna mujer estaba embarazada y tenía algún problema; una mujer se levantó y dijo que ella había tenido dos hijos pero luego llevaba siete años sin tenerlos, porque había perdido dos hijos, y este no creía que iba a nacer vivo; yo le dije que sí iba a nacer vivo. Y así fue.

- ¿Y la persona a la que le daba igual rezar o no rezar?
- Pregunté por ella también, y se levantó una mujer. Su hijo de 5 años estaba enfermo, con una llaga en una pierna, y el médico le dijo que debía amputarla porque la herida llegaba ya al hueso. Ella quiso rezar y le pidió a su marido que la acompañara, pero él no quiso. Todo eso la deprimió y entonces ella perdió la esperanza en la curación de su hijo, pensaba que la oración no iba a solucionar nada. Pero ella vino a rezar ese día, y al cabo de tres días la herida de su hijo estaba completamente curada.

- ¿Cómo se lo tomó?
- Estaba sorprendido. Yo tengo la convicción de que todo esto viene de Jesús. Eran imágenes, voces, que de repente llegaban a mí cuando rezaba, y la gente se curaba. Todo era nuevo para mí. Decidí consultar con mi obispo, y me recordó que el libro de los Hechos cuenta que también Pedro veía imágenes que le ayudaban en su ministerio. Así que me dio la autorización para llevar a cabo este don.

- ¿Desde entonces ha sido testigo de curaciones físicas?
- Sí, muchas, incluso aquí en Madrid. En el retiro en el que acabo de participar me impresionó una doctora que padecía de un problema en su cabeza y dijo que se le había curado. En otra ocasión, en Estados Unidos, estaba yo rezando en adoración ante el Santísimo, y me vino la imagen de una chica en una silla de ruedas. Por la tarde estaba en un retiro, ¡y vi a la chica que había visto por la mañana! Recé por ella y me fui, y después invité a quien padeciera de alguna parálisis a que se levantara. Ella no se lo creyó en ese momento, pero luego, cuando ya estaba en la sacristía escuché voces fuera: la chica se había levantado de su silla de ruedas.

- Padre Ubald, también hay heridas interiores, en el espíritu…
- Toda curación física está encaminada a una curación espiritual. Cuando ves a alguien que ha recibido una curación, eso aumenta tu fe. Esas curaciones te hacen creer más. Y también hay sanaciones que pasan por el perdón, porque el odio es una herida muy grande. Pero, al perdonar, las personas se curan y recuperan la paz. Mi misión principal es llevar a la gente a Jesús, llevar a la gente a la fe, a creer en Él, a creer que después de esta vida hay otra. Él es la Verdad, Él está vivo, lo que dice es la verdad.

- ¿Por qué no hay entonces más curaciones, para que haya más gente que pueda creer?
- Es por nosotros. Si nosotros no rezamos por las curaciones, no habrá curaciones.

- Usted experimentó en su propia vida el genocidio que hubo en Ruanda. ¿Es posible sanar también esas heridas?
- Sí es posible. Yo mismo no tengo ningún odio. El hombre que mató a mi madre durante el genocidio de 1994 es ahora mi amigo; él vino un día a pedirme perdón, y yo lloré, le abracé y le dije: “En el nombre de Jesús, te perdono”. Me he hecho cargo de sus dos hijos y les he pagado los estudios. Uno de sus hijos no podía perdonar a su padre por lo que había hecho. Había matado a muchas personas, y ahora… Yo le dije: “Ven, y recemos juntos”, y le pedí que perdonase de corazón. Él lloraba cuando decía: “Perdono a mi padre…”.

- Esto debe ser difícil de entender para muchos en su país…
- Predicar el perdón me ha traído problemas, Dios mío. A veces la gente no lo entiende. Pero para mí el odio es el mal, y lo vencemos con el perdón y siendo misericordiosos. Solo así se puede parar la violencia.

Otro ejemplo: un hombre mató a otro, y el hijo de la víctima se casó con la hija del verdugo. Esa chica, cuando me escuchó predicar el perdón y dar mi testimonio, quiso hacer algo. Ella sabía que su padre había matado a un hombre y había dejado viuda a su mujer, y entonces fue a verla y acabó viviendo con ella, ayudándola en todo. El hijo de aquella viuda, que pudo escapar del genocidio, llegó un día a casa de su madre y se encontró con la hija del asesino de su padre. “¿Qué hace esa chica aquí? Su padre ha matado a papá”, dijo enfadado. Pero la madre defendió a la chica: “Es una buena chica, es amable, me cuida mucho”. Con el tiempo, él se dio cuenta de la bondad de la chica y cómo cuidaba de su madre, y acabó casándose con ella. Yo bendije su matrimonio y hoy tienen tres maravillosos hijos.

- ¿Y qué pasó con el padre de ella?
- Cuando salió de la cárcel, su hija preparó la reconciliación entre ambas familias. Recibió el perdón de la mujer y de su hijo, y él mismo decía: “Soy feliz. Yo quité la vida, y ahora mi hija me la está dando. Yo di muerte y ella da vida”. Ahora es un abuelo orgulloso de sus nietos.

- Dirige en Ruanda el centro El secreto de la paz. ¿Cuál es ese secreto?
- ¡El secreto de la paz es el perdón! Este es un centro en el que rezamos por la sanación de las personas. En mi país hay muchas heridos y lo primero que hacemos es escucharlos. Hacemos una escucha cristiana, porque muchos vienen con mucha ansiedad. La gente necesita alguien que los escuche, porque si no se vuelven locos. Pero si tienes alguien que te escucha, entonces compartes el dolor de tu corazón, curas tus heridas. Fundé una congregación llamada Misioneros de la Paz, con ramas masculina y femenina, y también con laicos, como un gran familia, y el carisma que tienen es el de la escucha: acoger y escuchar a las personas, y confortarlas.

- ¿Qué ocurre cuando uno quiere perdonar pero no puede?- Si no perdonas al alguien, entonces estarás llevando a esa persona encima, como un gran peso, toda tu vida. No perdonar es una forma de morir. Tienes que perdonar, para ser libre, para dormir bien, para no llevar ese peso siempre… Y si no puedes, al menos reza por ello, pídele a Jesús ese don, porque sin Jesús perdonar es imposible. Él lo hace.

Tuesday, November 7, 2017

Cuando una «buena muerte» era dolorosa: la eutanasia a través de las épocas, por Caitlin Mahar

Actualmente, un objetivo prioritario de los dos movimientos orientados a la atención a los moribundos (cuidados paliativos y eutanasia) es la eliminación del sufrimiento. Se apoyan en la idea de que una buena muerte es una muerte sin dolor. Pero no siempre fue así.

El término “eutanasia” procede del griego “buena muerte”, pero solo empezó a usarse en la forma hoy común a finales del siglo XIX. Durante siglos, en las sociedades occidentales “eutanasia” significó una muerte piadosa bendecida por Dios.

Las formas de alcanzar una buena muerte dieron lugar a unas guías “ars moriendi” [arte de morir] muy populares que proponían oraciones, actitudes y actos dirigidos a conducir al moribundo a la salvación. No se trataba necesariamente de un proceso sin dolor: con diferencia, la imagen más reproducida de la buena muerte era la crucifixión de Cristo.

El dolor que podía acompañar a la muerte se veía como un castigo por el pecado y, en última instancia, como algo redentor: una oportunidad de sublimar el mundo y la carne por medio de la imitación del sufrimiento de Cristo. También era una prueba para la compasión y la caridad de amigos, parientes e incluso extraños.

El mandato cristiano de visitar a los enfermos, entendido como visitar y cuidar a los agonizantes, se veía como un deber colectivo. Se esperaba de niños y adultos que ofreciesen apoyo físico y moral a quienes estaban gravemente enfermos.

No era corriente que los médicos se quedasen en el lecho de muerte. No tenían un papel evidente en el decisivo asunto espiritual de morir, pero tampoco se les asociaba especialmente con la mitigación del sufrimiento.

De hecho, en la era pre-anestesia, era más probable que se considerase a los médicos como causa de dolor. La cirugía era, por supuesto, insoportable, pero otros remedios “heroicos” hoy desacreditados (como las cauterizaciones, los sangrados y la aplicación de sustancias cáusticas a la piel) se basaban en la creencia de que el dolor tenía propiedades curativas e implicaban que los médicos lo causaban deliberadamente.

En el siglo XIX, el dolor empezó a ser visto como un fenómeno psicológico aislado y anormal. Tanto la muerte como el sufrimiento se medicalizaron cada vez más. Los médicos sustituyeron paulatinamente al clero y a la familia como asistentes de los moribundos. Al mismo tiempo, la palabra “eutanasia” adquirió un nuevo significado. Comenzó a aplicarse a este nuevo deber médico de asistir a los enfermos terminales… pero no a acelerar su muerte.

Tras la revolución de la anestesia a mediados de siglo, y con la ayuda de innovaciones como la jeringuilla hipodérmica, los doctores empezaron a “tratar” a los agonizantes con calmantes, además de oraciones.

En 1870, Samuel Williams, un empresario de Birmingham aficionado a la filosofía, propuso una forma más precisa de su nuevo tratamiento médico para los enfermos terminales. En un ensayo titulado Euthanasia, publicado por el Speculativa Club local, escribió: “En todos los casos de enfermedad terminal y dolorosa, debe reconocerse como deber del médico asistente, cuando así lo desee el paciente, la administración de cloroformo –u otro anestésico que en el futuro pueda sustituir al cloroformo– para suprimir la conciencia y poner a quien está sufriendo en disposición de una muerte rápida e indolora”.

Williams encendió un debate que ha experimentado altibajos, pero nunca ha desaparecido. Pero ¿cómo es que esto ha llegado a parecer una buena forma de morir?

Cambiando el significado del dolor

En 1901, el psicólogo y filósofo William James escribió sobre la “extraña transformación moral” que habían experimentado las actitudes ante el dolor: “No se espera de un hombre que deba padecerlo ni causarlo, y escuchar el relato de los casos en que sucede hace que nuestra carne se estremezca moral y físicamente. La forma en la que nuestros antepasados miraban el dolor, cual perenne ingrediente del orden del mundo, y lo causaban y lo sufrían como una parte rutinaria de su trabajo diario, nos llena de asombro”.

La historiadora Stephanie Snow observa que a medida que fueron estando disponibles, durante el siglo XIX, los anestésicos y otros métodos de alivio del dolor, la gente empezó a ver el dolor –a experimentarlo, pero también a verlo– como algo cada vez más dañino y desmoralizante.

Una nueva generación de victorianos acomodados que consideraban la anestesia como algo habitual ya no podían soportar el sufrimiento físico. El dolor era ahora algo que no solo debía ser eliminado sino repudiado como cruel, inusual y degradante: “Una fuerza ajena que socava la auténtica humanidad del hombre”.

La muerte y el sufrimiento se convirtieron en cosas de las cuales había que proteger a las personas, y en particular a los niños.

Una paradoja moderna

Los métodos médicos orientados a eliminar el dolor del proceso de la muerte se desarrollaron a la vez que el miedo a morir, un miedo que durante siglos consistió en el horror al infierno posterior a la muerte [post mortem], comenzó a centrarse en el horror que podía precederla.

Paradójicamente, ese miedo creció y ganó fuerza al tiempo que la mayor parte de la gente en las culturas occidentales evadía cada vez más de ese sufrimiento: a medida que la mortalidad caía y más personas morían en el hospital al cuidado de especialistas, y la capacidad de los médicos de controlar el dolor avanzaba en formas anteriormente inimaginables.

Esta auténtica ansiedad moderna puede rastrearse históricamente desde la propuesta de Williams en 1870 hasta la ley de asistencia a los moribundos que será pronto debatida en el parlamento del estado de Victoria (Australia).

A nuestros antepasados les asombraría.

Publicado en The Conversation.
Caitlin Mahar es historiadora en la Swinburne University of Technology, en Melbourne (Australia). Traducción de Carmelo López-Arias.

Saturday, January 21, 2017

¿Se puede evangelizar desde la enfermedad? Esta es la respuesta de Mercedes y Cárol

Son muchos los que se preguntan qué sentido tiene el sufrimiento y huyen de él cuando llega la enfermedad. Pero cuando se ve desde el prisma de la fe todo cobra un sentido nuevo. Así lo han experimentado dos jóvenes catalanas, Mercedes Alsina y Cárol García, que pese a las graves enfermedades que han sufrido y por las cuales están en silla de ruedas son felices abrazándose a la cruz.

Ambas darán su testimonio sobre cómo evangelizar desde la enfermedad el próximo domingo 29 de enero a las 18.30 en la Parroquia de Santa Ana de Barcelona (calle santa Ana, número 29) y serán presentadas por el propio arzobispo de Barcelona, Juan José Omella.

Le dieron una esperanza de vida de dos años

Mercedes Alsina, conocida en su familia como Memé, tiene 36 años y cuando apenas tenía dos años un virus la dejó tetrapléjica. Los médicos dijeron a su familia que nunca pasaría de los 15 años y sin embargo ha podido acabar una carrera universitaria y actualmente trabaja.

La fe que tanto ella como su familia profesan ha sido clave para poder salir adelante. En una entrevista, Memé afirmaba que “he crecido con ella desde pequeña y de mayor me ha ayudado a encontrar las respuestas. La más crucial, ‘¿por qué me haya tocado a mí?’, es la que da más ‘rabia’ porque no me gusta pensarlo así. La fe me ha hecho mirarlo de otro modo. Estar en una silla de ruedas no es una desgracia sino un llamamiento a ofrecer la cruz y aprender a llevarla”.

"No concibo esto sin fe"

Sobre la cruz, esta joven tiene claro que “todos la tenemos, ya sea mental o física. Dios nos da los medios para ir tirando con alegría. La mía no es un castigo, es algo que se me pide. No puedo cambiarlo pero sí elegir entre llorar o superarlo. Tengo suerte de tener fe. No concibo esto sin fe, sin ella no tiene sentido. Si fuera un boleto de lotería que me hubiera tocado, me daría rabia. Dios te quiere mucho, no te envía una cosa mala. Dios nos da libertad y está al lado de los que sufren. Jesús nos da la alegría necesaria para que te apoyes en él y sigas adelante”.

Y aunque necesita ayuda para levantarse, vestirse o incluso para leer un libro, Mercedes considera que “lamentarse no sirve de nada. Hay que disfrutar más y dedicar menos tiempo a lamentarse. Antes de quejarme pienso si tengo razón y si consigo algo”.

Detras de la eutanasia, "egoísmo y miedo"

Por ello, cuando se le pregunta por la eutanasia afirma que “a menudo se esconde la actitud egoísta de la familia que no quiere sufrir más. Se manipula al enfermo y su voluntad. Yo digo, quién eres tú para matar a alguien. Quien no es digno eres tú. Detrás de la eutanasia hay mucho egoísmo y miedo. Se intenta vender el lado positivo de la eutanasia en lugar de defender la vida: la fuerza y la dignidad de la persona”.

De misionera en África a evangelizar desde la enfermedad

El otro testimonio que se podrá escuchar es el de Cárol García Murillo. Esta joven era misionera en África y ya había recibido en Uganda la cruz de Postulante-Novicia de las Misioneras de Nuestra Señora de África pero una grave enfermedad la dejó en silla de ruedas y tuvo que dejar la congregación. Ahora es miembro asociada de esta orden.

“Deseaba ‘comerme el mundo’ y es una enfermedad la que ‘me está comiendo’ a mí…Es la salud, pero no mi fe, la que se ha vuelto frágil”, afirma Cárol, que ahora ve claro que su misión es otra.

La enfermedad le ha abierto puertas para conocerse a sí misma: “¡Qué oportunidad para entender tantísimas cosas…, para experimentar como nunca la humildad y la auténtica pobreza!”.

La oración y la ternura de Dios confirman diariamente su misión

El día que recibió la cruz de las Hermanas Blancas para ser miembro asociado, Cárol contaba que “no ha sido fácil descubrir que Dios tenía otros planes para mí; pero el silencio, la oración y su ternura me confirman diariamente que me entregué a Él por amor; y cuando el amor es el fundamento principal de cualquier decisión, a nada hay que temer…pues nada puede detenernos para saber disfrutar de todo aquello que el Señor nos ofrece a lo largo del camino de la vida”.

Ahora su compromiso, tal y como ella relata, “da un sentido espiritual a mi nueva misión, mi enfermedad; una misión que nunca hubiese imaginado, pero es la que ahora me han confiado”.

Ahora, Cárol García dice que “desde mi nueva situación espero aprender a estar abierta a las necesidades de los demás; a continuar ofreciendo mi disponibilidad para todo aquello que esté a mi alcance…Quiero estar atenta a mi alrededor para escuchar y entender ‘el grito’ de los que sufren en silencio”.

Fuente: religionenlibertad.com