Monday, November 24, 2014

Murió con 20 años y su funeral fue una fiesta. A lo largo de su enfermedad, pasó pruebas de fe, creció en todos el amor a Dios y los signos de la cercanía divina, por Victoria Serrano Blanes

No se entiende la vida sin la muerte. Aunque esta posea un aguijón afilado, tenerla presente impide estrellarnos por sorpresa ante el final de nuestros días, porque nos enseña a apreciarlos como agua que se escapa entre los dedos.

La muerte no es una noche tenebrosa donde cae el telón y el ser se diluye en la nada; es un traspasar la puerta para gozar del encuentro glorioso con el Padre.

Luis y Ana son los padres de Miguel, un joven de veinte años fallecido hace unos meses tras una larga enfermedad. No viven hundidos por la sinrazón de una vida tempranamente desgajada; saben que Miguel, fiel a la cruz de Cristo, ya ha llegado a la meta y ocupa la morada que Dios ha dispuesto eternamente para él.

El tiempo pasa y nosotros también, pero como decía San Bernardo, si dulce es el Señor para los que le buscan, ¡cómo será para los que le encuentran!

-¿Cómo conocisteis el amor de Dios en vuestra vida?

- Luis: A los dieciséis años no encontraba el sentido a mi vida. Recuerdo estar tirado en la cama y decirme mi madre: “Luis, haz algo”, “¿Para qué?”, le contestaba yo; “Estudia”, “¿Para qué?”; “Para tener una carrera”, “¿Para qué?”; “Para tener un trabajo”, “¿Para qué?”; “Para casarte”. “¿Para qué?”; “Para tener hijos”, “¿Para qué?”… Mi madre no tenía más respuestas y no hacía más que llorar a los pies de mi cama. Un día se murió la mujer de un amigo de casa y fuimos al entierro. Tuve un choque inmenso cuando vi que estaba sonriendo. Pensé: “O está loco y vive fuera de la realidad, o tiene algo que yo no tengo”. En una ocasión este amigo me enumeró uno por uno todos mis pecados. “Tienes toda la razón pero no puedo hacer otra cosa”, le dije. Entonces, lejos de soltarme un rollo moral, abrió la Biblia por el pasaje de la Anunciación. En ese momento sentí que Jesucristo estaba vivo y me hablaba directamente.

-Ana: Yo, muy gradualmente, porque el Señor ha tenido mucha paciencia conmigo. Había visto algún destello del amor de Dios pero no le conocía de cerca. Sin embargo, por un problema congénito en la vista me avisaron de que un embarazo más me llevaría a la ceguera, con lo que suspendimos las relaciones matrimoniales. Durante tres años vivimos con un sufrimiento terrible y yo lloraba día y noche pensando que no vería crecer a mis cuatro hijos. Pero por un signo de obediencia a la Iglesia nos abrimos de nuevo a la vida y me quedé embarazada. En cuanto lo supe se me pasó el miedo y viví un embarazo muy alegre. Sin embargo, cuando nació el niño estaba muerto. Ahí tuve un diálogo cara a cara con el Señor. Entendí que solo Él es el dueño de la vida y de la muerte, y volví a ser una mujer libre. Después he tenido seis embarazos más y, aunque no puedo conducir y me muevo con dificultad por la calle, llevo una vida relativamente normal. Realmente Dios está vivo y puede salvarnos de nuestras angustias. Con la enfermedad y muerte de Miguel, el paso del Señor ha sido impresionante.

-¿Cómo era Miguel?

- Ana: Era un chico absolutamente normal; con mucha vitalidad y energía, con ilusiones, deseos y pecados, buen estudiante, pero con una vida muy condicionada por la enfermedad. Quiero que esta entrevista sea un canto de acción de gracias a Dios porque Miguel no ha hecho nada fuera de lo normal. Su peculiaridad es que ha entregado su voluntad al Señor hasta el final. ¡Se ha dejado llevar por Él!

-¿De qué ha estado enfermo?

- Ana: Siempre ha tenido una salud muy delicada. Con pocos meses empezó a sufrir fuertes crisis asmáticas; a los tres años le extirparon medio estómago y le hicieron un píloro nuevo; a los cinco años le detectaron la Enfermedad de Perthes, que le afectaba la cadera; finalmente, a los quince años le diagnosticaron un “osteosarcoma” o cáncer de huesos.

-¿Era consciente de la gravedad de su enfermedad?

-Ana: Sí. Cuando le diagnosticaron el cáncer nos quedamos absolutamente noqueados. Era como si el cielo se hubiera nublado de repente. Ese día, cuando volvió del colegio y vio al párroco en casa nos dijo: “¡Uy, no me digáis más! ¡Lo mío es un tumor!”. “Pues sí, hijo, tienes un tumor maligno”. Lo único que dijo es: “¿Cuándo empezamos?”. “Mañana”, le contesté. Nos pidió que nunca le engañáramos sobre su estado de salud. Le pusieron una prótesis desde más arriba de la rodilla hasta el pie y tuvo que aprender a caminar. Con la quimioterapia llegó a tener hasta treinta vómitos diarios y ahí le surgieron preguntas: “¿Por qué a mí, si tengo quince años y todavía no me ha dado tiempo a hacer el bien ni el mal?”. Tuvimos que recurrir a la fe porque no hay contestación para esto. Comenzó a tener muy presente a Dios y a su propia muerte. “¿Pero Dios es bueno a pesar de esto?”. “Sí, hijo mío, Dios siempre es bueno”, le respondíamos.

-¿Pudo recuperarse?

-Ana: Sí, la prótesis no le impedía hacer vida normal. Sin embargo, meses después, en una revisión rutinaria le encontraron unos puntitos en el pulmón. De nuevo debía comenzar con otra operación y quimioterapia. En ese tiempo y hasta el final, Dios le regaló una novia maravillosa: Clara. Un día me dijo: “Mamá, ¡qué fácil me era morirme con quince años!, simplemente volar al cielo y ya. Pero ahora tengo a Clara, mis estudios… ¡Tantas ilusiones sobre mi vida!”.

-¿Cómo os tomasteis este mal pronóstico?

-Ana: Yo no podía aceptar que mi hijo se muriera. Saber que la vida de Miguel se acababa y que ese amor de ellos se truncaba me partía el alma. En la capilla del hospital, lloraba y lloraba abrazada a una imagen de Cristo: “Señor, sé que Miguel se va a morir. ¡Ayúdame! ¡Dame el poder de aceptarlo!”. Después de la operación del pulmón el tumor se reprodujo en dos vértebras, que al ejercer presión sobre los nervios le provocaba unos dolores insoportables. Los médicos le dijeron: “Miguel, te queda muy poco de vida”. Al oír esto, Miguel, Clara, Luis y yo nos pusimos a llorar durante un buen rato, hasta que dije: “¡Basta! Vamos a ver qué nos dice Dios”, y abrimos la Biblia al azar. A partir de ahí la presencia de Dios comenzó a ser descarada. Hasta entonces parecía que el carácter entusiasta y alegre de Miguel podía con todo, pero aquí Dios empezó a decir “aquí estoy”.

-¿Qué se decía en la lectura?

-Ana: Era del Libro de Joel 2,21-27: “Tierra, no temas; alégrate y gózate, porque Dios hará grandes cosas. (…) Y os restituiré de los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta…”. Y yo,que iba leyendo, añadí: “y de los tumores de la espalda, de la cadera, de la columna, de la pierna te recompensaré”, y seguí con la lectura: “Comeréis hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Yahveh vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros”. Comenzamos a llorar de agradecimiento porque sabíamos que Dios estaba con nosotros. Esta lectura nos ha sostenido durante todo este tiempo, e incluso Miguel, que dejó preparado su funeral, la incluyó. Esa misma tarde recibió la Unción de los enfermos y a la mañana siguiente le insertaron en la columna una barra y ocho clavos. Más adelante decía: “Cómo me duelen los clavos”. Yo bromeaba: “Hijo mío, ya no te queda casi nada para ser como nuestro Señor. ¡Hasta te duelen los clavos como a Él!”.

-¿Cómo combatía Miguel la fe?

-Ana: El combate no ha sido fácil en estos últimos meses: ha tenido unos dolores espantosos, apenas podía hablar ni ingerir alimento, tampoco podía dormir. Me decía: “Di en la parroquia que recen por mí porque yo no puedo más”. Muchas noches nos pasábamos hasta las tres de la madrugada recitándole los salmos. “Mamá, sigue”, me decía si paraba. Una noche de terribles dolores tuvo grandes tentaciones contra la fe. “¿Para qué te me has mostrado si ahora te escondes? ¡Tantas noches Jesucristo estaba conmigo y ahora estoy solo!”, gritaba. Empecé a recitarle el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz y se lo fui aplicando a su vida: “¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido…”. Fue un bálsamo para él. En otra ocasión también tuvo una noche oscura. “¡No puedo más! Este Dios no es bueno. Me habéis engañado toda la vida”, y empezó a blasfemar. Tenía los ojos vidriosos. Luis cogió el crucifijo y se lo puso en los labios, pero él lo apartó. Tomó el relevo nuestro hijo Marcos, el seminarista, quien le hablaba de Dios y de su misericordia, pero Miguel todo lo refutaba. Seguí yo, y también lo rebatía. Hasta que, no sé por qué razón, empecé a recitarle la secuencia al Espíritu Santo: “Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo (…) Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo (…) riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo…”, entonces se fue frenando. Empecé a recordarle que Jesús estuvo en Getsemaní y que afrontó la Pasión.. “Jesucristo sabía que iba a sufrir, pero Dios le mandó un ángel para que le consolará; a ti también te lo va a mandar para que te reconforte”. De repente, se abrió la puerta de la habitación del hospital y entró un sacerdote que no conocíamos y se puso de rodillas delante de Miguel a rezar. “Padre —empezó a decir en voz alta— tú me has mandado en Laudes que venga a visitar a Miguel Rivas”. ¡Yo casi me desmayo! Rezó durante unos minutos más y se despidió diciéndonos que a las tres de la tarde volvería para celebrar con nosotros una eucaristía. Efectivamente, volvió, celebramos y no le hemos vuelto a ver. Realmente el demonio fue expulsado con la presencia de Jesús Sacramentado. Ya nunca más se rebeló Miguel, y a partir de entonces entró confiado en la “pasión”.

-¿Cómo vivía él su muerte cercana?

-Ana: Con mucha naturalidad y totalmente a la espera. “De Dios salí y a Dios vuelvo” era su lema. El Sábado Santo se empeñó en acudir a la parroquia para la Vigilia Pascual. “Hijo, vas a coger frío”, le dije yo. “¡Qué más da si me voy a morir!”. Otro día me dijo: “¿Tengo dónde caerme muerto?”. “No, pero ya lo tendrás”. Una vez escuchó en el evangelio del día que Jesucristo decía: “He terminado mi obra y vuelvo al Padre”. Y nos dijo: “Algo me falta por hacer o que Dios haga a través de mí para vosotros, porque si no ya estaría muerto”. Su último ruego insistente era que su funeral se celebrara como una fiesta. La locura máxima es que las mujeres de la familia nos fuimos de compras y estrenamos ropa en su funeral, como era su deseo.

-¿Cómo es posible ver a un hijo sufrir de esa manera sin desesperarse?

-Ana: Sin la gracia de Dios es imposible soportar la enfermedad y muerte de un hijo. Después del último TAC la oncóloga le dijo: “Miguel, estás fatal. No vamos a luchar más. Te mandamos a casa”. A él se le iluminó la cara y sonrió. Antes de marcharnos fue a la habitación de un sacerdote amigo al que también le habían operado. “¿Qué te han dicho?”, le preguntó al verle. “Que ya me voy con el Padre”. El sacerdote nos dijo: “Dios me ha pedido que os sostenga en estos momentos tan duros. Voy a ir todos los días a vuestra casa a celebrar la eucaristía”. Y así fue, como al principio él no podía, venía otro sacerdote, pero estuvimos toda la Cuaresma y el Tiempo Pascual celebrando diariamente la eucaristía en casa. ¡Ha sido un ascenso al cielo impresionante! Nuestro miedo era de qué modo moriría, pues veíamos cada día su deterioro. Un día antes de morir recibió de nuevo la Unción de enfermos con la indulgencia plenaria. ¡Nunca me imaginé que pudiera despedirme de un hijo! Me acerqué a él y le dije: “Cuando te duermas no sabemos si vas a despertarte. Oirás una voz: ‘Miguel, Miguel’, igual que un chico de tu edad oyó ‘Samuel, Samuel’. Levántate y vete corriendo hacia Él porque es Dios que ya te llama al cielo. ¡No te me rajes cuando oigas esta voz!”. Él me sonrió y me dijo: “Mamá, ¿cómo me voy a rajar si lo estoy deseando?”. Nos despedimos todos y se durmió. Horas después, cuando estábamos celebrando la eucaristía, tres minutos antes de la Comunión abrió los ojos y me preguntó: “¿Por dónde vais?”. “Vamos a comulgar”, le dije. “Yo también quiero”. Al cabo de unas horas se acostó y ya no se levantó más. Hizo dos respiraciones y murió.

-En nuestra sociedad hablar de la muerte es un tabú pero, por otro lado, la violencia está muy presente. ¿A qué se debe esta contradicción?

- Ana: En el hospital no dicen cáncer sino enfermedad, ni quimioterapia sino tratamiento. Al enfermo se le cuenta con mucha dificultad lo que realmente tiene. Es una paradoja que se tenga tan presente la muerte y al mismo tiempo no se quiera hablar de ella. La muerte tiene una puerta muy fea, pero una vez traspasada es muy bonita. La gente se queda en la fealdad de la muerte como morbo, y no se atreven a cruzarla. Desconocen la belleza que hay detrás.

-¿La vida se aprecia mucho más cuando se acepta la muerte?

-Ana: Muchísimo más. ¡Se vive más intensamente! Después de más de un año y medio en el hospital, Miguel me dijo: “Mamá, he aprendido a vivir porque ahora un poco de aire en la cara, un rayo de sol, ver los árboles…, ¡tiene tanto valor!”. Decía unas veinte veces al día “te quiero”, se volvió más familiar si cabe, nos ha “obligado” a ser una piña porque todo se celebraba en familia. Ahí empezaron las “juergas familiares”. El más feliz de la casa, sin duda, ha sido Miguel. ¡Disfrutaba con cualquier cosa!

-¿Qué se aprende al transitar por el camino del dolor?

- El sufrimiento es un maestro. Miguel no era especial, es que ha sufrido mientras ha vivido y eso le ha llevado a una unión íntima con el Señor. En mi caso, el dolor me ha despertado una sensibilidad especial hacia el que sufre y a desear ayudarle. No creo que nadie que sufra, aceptando ese dolor, sea indiferente al sufrimiento ajeno. Cada día de la enfermedad de Miguel me ayudaba a apreciar la vida de mis otros siete hijos.

- ¿Cuesta a veces descifrar la voluntad de Dios?

- Ana: Primero cuesta descifrarla y, luego, aceptarla. Nosotros no somos dos santos que hemos enterrado a un santo. El Señor nos ha dejado un aguijón de Satanás, como a San Pablo, para que no nos hagamos soberbios.

-¿Dios se ha equivocado con Miguel?

-Ana: Absolutamente no. No es un fanatismo loco; hemos sufrido tanto que se nos desgarraba el alma pero a la vez nos sentíamos reconfortados por la esperanza en la resurrección. Cristo es próximo y amoroso, pero no en blandengue, permite las pruebas. Una noche le dije al Señor: “¡Tienes a tu hijo de veinte años retorcido de dolor. ¿Dónde estás?”. Y me sentí consolada porque me hizo ver que estaba conmigo. La muerte es muerte y aunque resucitada, se sufre, pero la esperanza en la vida eterna hace que no te paralices.

-Luis: Puede parecer que la muerte de un hijo es el dolor más grande, pero no es así. Todo dolor no aceptado, por pequeño que sea, es tremendamente más doloroso. En todo este tiempo hemos visto la fidelidad de Dios. Miguel ha muerto como quería: tenía miedo de morir ahogado y murió durmiendo y sin estertores; no quería quedarse calvo ni delgado, y abandonó la quimioterapia unos meses antes; le pidió a Dios poderse despedir de todos y se lo concedió… Son pequeños detalles de la fidelidad del Señor.

-¿Qué frutos a día de hoy veis de su “pasión” y muerte?

-Ana: Muchos. Primero, que la familia sigamos unidos. Luego, ha sido un tiempo tan intenso que a cada uno en particular se le ha afianzado la fe y la vocación; al diácono, al seminarista, al fisioterapeuta… Los nietos han tenido un encuentro muy natural con la muerte y eso ha sido un memorial para ellos. El protagonista no era Miguel, éramos todos. Dios nos ha ayudado a no compadecernos de él ni a vivir su enfermedad con neurosis. A la una del mediodía era la hora de la morfina y todavía hoy me sobresalto pensando que se la tengo que dar. Echo en falta el contacto de su piel en mis labios. ¡Le he besado tanto en este último tiempo! Su “te quiero, mamá” ya no está, y me ha dejado un hueco grandísimo. Pero no lloramos con desesperación porque sabemos que está con el Señor.

-¿La Virgen os ha ayudado?

- Ana: Desde muy pequeños siempre les he dicho a mis hijos: “Donde mamá no llega empieza la Virgen”. Los últimos días Miguel dormía pegado a la pared por los dolores y le colocamos un icono de la Virgen del Silencio, a la altura de sus ojos, para que se sintiera acompañado por ella. Pasadas las horas me dijo: “Primera victoria de la Virgen: cuando me han venido las angustias la he abrazado y le he acariciado la cara. Entonces me ha inundado una paz que me he dormido tres horas”. Así estuvo las últimas cinco noches antes de morir. Sé que en el momento en que un alma expira, Jesucristo y la Virgen la recogen y la llevan al Padre. Nada más morir, como dicen que todavía pueden escuchar, me acerqué a su oído y le dije: “Miguel, ya estás de viaje. Estás abrazado a Cristo camino hacia el Padre”.

- ¿Se puede encontrar descanso en la cruz?

- Ana: Sí, es más, solo existe descanso en la cruz de Cristo. Por mi carácter le he pedido mucho a la vida y le he dejado poco espacio a Dios; pero en la cruz he visto que está Él. En la enfermedad de Miguel la cruz crecía y crecía, pero él descansaba y descansaba. Me maravillaba ver cómo Miguel se vaciaba cada día de sí para llenarse de Dios. Los tres meses antes de su muerte me los pasé sin salir de casa para nada, y engordé quince kilos. Cuando me lamentaba por mi peso me decía: “Mamá, cada cien gramos que has cogido es una muestra de amor hacia mí. Paséalos con elegancia”.

-¿Creéis que Dios ha sido bueno con vosotros?

- Luis: Buenísimo.

- Ana: Por supuesto. La fe es la mejor lotería y además es gratis. Sabemos que nuestra misión con Miguel ha acabado cuando lo hemos enterrado con fe. Nos queda la transmisión de la fe a los otros hijos.

Fuente: religionenlibertad.com

Saturday, November 22, 2014

¿Qué pasa cuando los familiares ponen pegas a la unción del enfermo? ¡Y tienen varias excusas!

La Unción de los enfermos no es sólo para el peligro de muerte inminente y es mejor recibirla con tiempo, confesión y estando consciente

Es la hora de la verdad: la enfermedad grave toca a la puerta, hay que reconocer nuestra debilidad y plantearse en serio nuestra necesidad de Dios, para nuestro cuerpo y nuestra alma. Es el momento de pedir el sacramento de la Unción de los Enfermos. Sin embargo, en muchos países de cultura católica occidental hay cosas que dificultan al enfermo acudir a este sacramento... entre ellas los propios parientes.

Fernando Poyatos, un laico que lleva muchos años en la pastoral con enfermos, ha reflexionado sobre el tema en su libro "Pastoral de la Salud: Guía espiritual y práctica" (Ediciones De Buena Tinta). Reproducimos su análisis.

Los familiares como posible escollo 
para la Unción de los Enfermos

Volvamos con más detalle al gran escollo que en nuestra pastoral suponen esos familiares que, por un amor por su enfermo totalmente mal entendido, se niegan a proporcionarles la Unción “porque se va a asustar”.

Algunos no se niegan totalmente, pero dicen: “Más adelante”, “todavía no está para eso”, o nos cuchichean con vehemencia: “¡No, no, que se asustaría!”.

Lo ideal es que la persona esté lo bastante lúcida como para hacer una buena confesión, aunque nos digan sus familiares que “él siempre ha sido muy bueno”.

O que “es muy creyente”, o “mi madre es muy devota de la Virgen del Carmen”.

Yo suelo contestarles que todos somos pecadores y que hasta los santos y los papas, “bastante buenas personas”, han pedido confesarse y recibir la Unción y el Viático cuando han enfermado gravemente.

Como explico tantas veces: “Ya sabemos que la misericordia de Dios es infinita, y que ‘Dios es amor’, como se dice mucho ahora para no sentirse responsable de muchas cosas (comentado más detalladamente en el capítulo 8), pero también su justicia es infinita, y no puede perdonar si no le pedimos perdón”.

Además, como leí una vez, «nadie se muere por llamar a tiempo al sacerdote», pero sí que podemos morir sin estar en gracia de Dios por ese irracional y peligroso miedo a que se asuste, pero no a que pueda condenarse para toda la eternidad por no haberse preparado para su encuentro con Cristo.

Nadie le pide a los médicos que no le den quimio a su enfermo por si se asusta, porque saben que es necesario.

Bien claro lo dice el padre Cantalamessa:

«Hay casos en los cuales asustar a alguno es un acto de caridad. Así hace un buen médico, cuando no tiene otro remedio, para hacer entender al enfermo que debe dejar de fumar o de hacer otra cosa peligrosa para su salud.»

Además, todo hijo de Dios tiene derecho a conocer la verdad sobre sí mismo y a salvarse.

Pero, desgraciadamente, podría contar bastantes casos de familias que, por haber esperado demasiado, se han quedado con el remordimiento de no haber proporcionado a su enfermo el sacramento de la Unción.

No hace mucho, en Cuidados Paliativos, una señora mayor a quien veía debilitarse día a día, cuando le expliqué brevemente en qué consistía el sacramento y sus beneficios, me dijo: “Más adelante”. Al menos traté de reflexionar un poco con ella:

-Pero, María, ese regalo tan grande que nos ha dejado Jesús es para ahora; en realidad, para cuando empezaste a ponerte enferma. ¿A que al médico no le dirías “más adelante”, si te ofrece un tratamiento o un calmante para el dolor, que él sabe que necesitas ahora? Pues Dios es quien nos da los médicos, lo mismo que les ha dado esos calmantes que te quitan el dolor, y ese gotero, y tantos otros inventos para nuestra salud corporal. Y a la vez nos da la Unción de Enfermos, porque Él te ama a ti en cuerpo y espíritu y quiere que tengas los dos sanos.

A veces, al ver a un enfermo o su familia tan reacios al sacramento, o tratando de aplazarlo todo lo posible, intento hacerles razonar de otra forma, diciéndoles, más o menos:

-Vuestros padres quisieron el Bautismo para vosotros y ese sacramento os hizo hijos de Dios; luego quisieron que recibierais la primera Comunión, otro sacramento, y os confesasteis por primera vez, otro sacramento; más tarde hemos recibido el sacramento de la Confirmación; luego quisisteis casaros en la iglesia, otro sacramento. Todos esos sacramentos que Jesús nos dejó los habéis deseado y recibido, ¿no? Y ahora, ¿cómo vais a contradeciros, como cristianos católicos, si Jesús os ofrece la Unción de Enfermos? Pero no para más tarde. Para ahora. Cada sacramento tiene su momento. ¿Lo vais a despreciar? La Unción es la medicina que Él os ofrece para sanarnos espiritualmente y, si Él quiere, aliviarnos en la enfermedad y hasta curarnos.

Por supuesto, especialmente con los mayores, les aseguro a la vez que la Unción les dará la paz que necesitan, les cuento, para avivar su fe, algún testimonio de sanación física por la Unción que yo conozca de primera mano. Pero siempre advirtiendo que esto no significa prometer nada, excepto la sanación espiritual, si reciben el sacramento en gracia de Dios, pues estamos en sus manos y Él, en su infinita sabiduría, sabe lo que más nos conviene.

Ejemplos de curación 
tras recibir la Unción de los enfermos

Barbara Shlemon [evangelizadora y conferenciante católica norteamericana que murió en 2011] dejó su profesión de enfermera psiquiátrica por el ministerio de intercesión (en la enfermedad y otras situaciones) después de haber visto a una paciente de cáncer moribunda, por cuya sanación había pedido la noche anterior, recuperarse literalmente de la noche a la mañana tras recibir la Unción de los Enfermos y orar Barbara por ella . [...]

En 2003 un hombre de cuarenta años, a quien llamaré Antonio, además de haber sido operado de un cáncer de cadera, tenía diversos daños orgánicos por haber usado drogas durante algunos años debido a malas amistades.

Su moral estaba por los suelos, la vida no le importaba y ni me respondió cuando le sugerí la Unción de Enfermos, pero la pidió poco después (aunque no la recibió hasta que, al declarársele neumonía y pleuresía, el médico aconsejó a su madre no dejarle ya aquella noche y que sacaran a su compañero de la habitación).

Al recibirla dijo: “Dejadme solo, que quiero pensar en esto”; la fiebre le empezó a bajar sin haberle dado aún el antibiótico que requería; su madre contaba: “Aquella noche pasé mucho miedo cada vez que parecía no respirar, porque nunca lo había visto dormir tan plácidamente”; por la mañana pidió la Comunión, y lo mismo los ocho o diez días que siguió en el hospital; yo se la llevé a su casa durante dos semanas.

La primera vez que nos vimos en la calle sonrió y dijo mirando para arriba: “¡Esto no me lo quita a mí nadie!”. A partir de ahí su crecimiento espiritual ha sido muy grande.

Fuente: religionenlibertad.com

Sunday, November 2, 2014

Catequesis, por el P. Javier Sánchez Martínez


De ser un sacramento para agonizantes, moribundos, según la anterior disciplina eclesial, hemos pasado a un sacramento de la Unción que siendo para enfermos con cierta gravedad, se administra demasiado indiscriminadamente a cualquier persona, incluso sana, con el único requisito de haber cumplido los 65 años.

El sacramento de la Unción es una acción sacramental de Cristo con su Iglesia para los enfermos graves, aquellos que corren ya serio peligro, y para los ancianos con una ancianidad avanzada y difícil; también para intervenciones quirúrgicas graves, con riesgo para el paciente. En estas situaciones siempre la constante es un riesgo y un peligro grave.

Consta esta liturgia sacramental de unos elementos centrales:

– La oración por el enfermo
– La imposición de manos en la cabeza del enfermo (siempre pausada, orante, espiritual)
– La Unción con el óleo bendecido; se unge en la frente y en las manos con la fórmula sacramental: "Por esta santa Unción y su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo.
R/ Amén.
Para que libre de tus pecados te conceda la salvacón y te ayude en tu enfermedad.
R/ Amén".

Veamos el contenido del Sacramento

"El Sacramento de la Unción de los Enfermos... fue instituido y transmitido como signo eficaz del amor redentivo de Cristo, que quiere restaurar al hombre principalmente en el espíritu, sin, por ello, olvidar su cuerpo.

Al conferirlo la Iglesia no pretende sustituir a la medicina, y está muy lejos de concepciones o prácticas pseudo-religiosas, que tengan afinidad con cualquier forma de superstición. La Iglesia -lo sabéis- se mueve en otro plano: el sobrenatural de los sacramentos, que son signos eficaces de la intervención de Cristo, Salvador y Médico divino, en nuestra vida y en nuestras necesidades físicas y espirituales. Sin embargo, el Sacramento de la Unción encierra también un significado profundamente humano" (Pablo VI, Misa jubilar para los enfermos, 5-octubre-1975).

Este Sacramento es un signo eficaz de la gracia donde interviene Cristo, el Señor, para bien del espíritu del enfermo así como para su cuerpo. ¡Se trata de enfermos, no de personas de la tercera edad sin más! Al sufrimiento de la enfermedad grave, para el cuerpo que se ve quebrantado, hay que sumarle el orden espiritual que se resiente y sufre igualmente.

¿Qué pedimos y esperamos de este Sacramento?

"Evidentemente, también en este Sacramento, la Iglesia mira principalmente al alma, a la remisión de los pecados y al aumento de la divina gracia; pero, por cuanto a ella se refiere, desea y espera procurar el alivio y, si es posible, también la curación del enfermo" (ibíd.).

El sacramento de la Unción de los enfermos recibió una liturgia nueva, o mejor, se revisó su liturgia anterior para pasar de ser "extremaunción" a ser "Unción de los enfermos". El concilio Vaticano II prescribió:

"Unción de enfermos

73. La «extremaunción», que también, y mejor, puede llamarse «unción de enfermos», no es sólo el Sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez.

– Reforma del rito

74. Además de los ritos separados de la unción de enfermos y del viático, redáctese un rito continuado, según el cual la unción sea administrada al enfermo después de la confesión y antes del recibir el viático.

– Número de unciones y oraciones

75. Adáptese, según las circunstancias, el número de las unciones, y revísense las oraciones correspondientes al rito de la unción de manera que respondan a las diversas situaciones de los enfermos que reciben el sacramento" (SC 73-75).

– El papa Pablo VI explicaba así el objetivo de la reforma de este Sacramento:

"Basándonos en las palabras del Señor, transmitidas por los Apóstoles, y movidos por sus mismos sentimientos de caridad, hemos promovido recientemente la reforma del rito de la unción de los enfermos, para que apareciese mejor su finalidad integral y se facilitase y extendiese -dentro de los límites justos- la administración también fuera de los casos de enfermedad mortal" (Pablo VI, Misa jubilar para los enfermos, 5-octubre-1975).

En definitiva, una ayuda del Señor mediante los sacramentos para algo tan humanísimo y dramático a la vez como es la enfermedad grave.

Valdrá la pena tener presente este Sacramento, conocer su doctrina en el Catecismo de la Iglesia Católica, participar en su celebración cuando sepamos que se administra a alguien para vivirlo y rezar.

Fuente: religionenlibertad.com

¿Puede un diácono o un laico administrar el sacramento de la unción de los enfermos?

El Óleo de los Enfermos se utiliza sólo en la unción que se recibe durante el sacramento y solamente un sacerdote puede administrar válidamente este sacramento. Por esta razón, a los diáconos, a los ministros de la comunión a los enfermos u otras personas que rezan con los enfermos, se les aconseja no utilizar ningún tipo de aceite para evitar dar la impresión de celebrar el sacramento de la unción de los enfermos.

Fuentes: Rito de la Unción, Derecho Canónico

¿Debe estar una persona muriéndose para poder recibir el sacramento de la unción de los enfermos?

La Unción de los Enfermos se puede administrar a los fieles que tienen uso de razón y cuyo estado de salud se ve seriamente afectado por enfermedad o vejez. (Can.1004 y Rito de la Unción 4)

Algunos ejemplos serían:
  • antes de una operación quirúrgica debido a una enfermedad grave; 
  • los ancianos cuya salud está seriamente debilitada; 
  • niños enfermos que tienen uso de razón. 
El Derecho Canónico indica que si hubiera duda de si la persona tiene uso de razón, o está seriamenta enferma o, incluso, muerta, el sacramento puede ser administrado (Canon 1005, Rito de la Unción 8, 10,12).

Fuentes: Rito de la Unción, Derecho Canónico

Cuando la persona ya está muerta, ¿se le puede administrar el sacramento de la unción de los enfermos?

Si la persona ya está muerta, el sacerdote no administra el sacramento de la unción de los enfermos. En su lugar, reza la oración de los muertos para esa persona. Estas oraciones piden perdón a Dios por los pecados del difunto y que Dios lo reciba en el reino de los cielos (Rito de la Unción, 15). 

Derecho Canónico: De aquellos a quienes se ha de administrar la unción de los enfermos, cann.1004-1007

CAPÍTULO III
DE AQUELLOS A QUIENES SE HA DE ADMINISTRAR EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

1004  § 1 Se puede administrar la unción de los enfermos al fiel que, habiendo llegado al uso de razón, comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez.

§ 2. Puede reiterarse este sacramento si el enfermo, una vez recobrada la salud, contrae de nuevo una enfermedad grave, o si, durante la misma enfermedad, el peligro se hace más grave.

1005 En la duda sobre si el enfermo ha alcanzado el uso de razón, sufre una enfermedad grave o ha fallecido ya, adminístresele este sacramento.

1006 Debe administrarse este sacramento a los enfermos que, cuando estaban en posesión de sus facultades, lo hayan pedido al menos de manera implícita.

1007 No se dé la unción de los enfermos a quienes persisten obstinadamente en un pecado grave manifiesto.

Derecho canónico: Del ministro de la unción de los enfermos, can. 1003

CAPÍTULO II
DEL MINISTRO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

1003  § 1. Todo sacerdote, y sólo él, administra válidamente la unción de los enfermos.

§ 2. Todos los sacerdotes con cura de almas tienen la obligación y el derecho de administrar la unción de los enfermos a los fieles encomendados a su tarea pastoral; pero, por una causa razonable, cualquier otro sacerdote puede administrar este sacramento, con el consentimiento al menos presunto del sacerdote al que antes se hace referencia.

§ 3. Está permitido a todo sacerdote llevar consigo el óleo bendito, de manera que, en caso de necesidad, pueda administrar el sacramento de la unción de los enfermos.

Derecho Canónico: La celebración del sacramento, can.999-1002

CAPÍTULO I
DE LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO

999 Además del Obispo, pueden bendecir el óleo que se emplea en la unción de los enfermos:

l quienes por derecho se equiparan al Obispo diocesano;

2 en caso de necesidad, cualquier presbítero, pero dentro de la celebración del sacramento.

1000  § 1. Las unciones han de hacerse cuidadosamente, con las palabras orden y modo prescritos en los libros litúrgicos; sin embargo, en caso de necesidad, basta una sola unción en la frente, o también en otra parte del cuerpo, diciendo la fórmula completa.

§ 2. El ministro ha de hacer las unciones con la mano, a no ser que una razón grave aconseje el uso de un instrumento.

1001  Los pastores de almas y los familiares del enfermo deben procurar que sea reconfortado en tiempo oportuno con este sacramento.

1002  La celebración común de la unción de los enfermos para varios enfermos al mismo tiempo, que estén debidamente preparados y rectamente dispuestos, puede hacerse de acuerdo con las prescripciones del Obispo diocesano.

Código de Derecho Canónico: LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS (Cann.998-1007)

LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS EN EL DERECHO CANÓNICO
DE LA IGLESIA CATÓLICA

TÍTULO V
DEL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS (Cann.998–1007)

998 La unción de los enfermos, con la que la Iglesia encomienda los fieles gravemente enfermos al Señor doliente y glorificado, para que los alivie y salve, se administra ungiéndoles con óleo y diciendo las palabras prescritas en los libros litúrgicos.